Otra vez tenemos la Navidad a la vuelta de la esquina. Parece que fue ayer cuando estábamos comiéndonos el turrón y ya ha pasado otro año y no nos hemos dado ni cuenta. Aunque en realidad los que nos pasamos somos nosotros.
Otra vez estamos inmersos en ese laberinto de compras y de comidas, que da la sensación de que solo comemos en Navidad. Hemos convertido estas fechas en puro consumismo.
Yo tengo muy buenos recuerdos de las Navidades de mi infancia. Por supuesto, no teníamos tantas cosas como hay hoy en día, pero lo pasábamos muy bien.
Días antes, mi madre hacía los mantecados. Recuerdo a mi padre moliendo la alamendra en un molinillo, luego los llevábamos al horno a cocerlos y después los liábamos en su papel. Eran una vísperas estupendas y disfrutábamos mucho,
Luego llegaba la Noche buena, y aunque en esos años el marisco brillaba por su ausencia, siempre había algo extraordinario.
Después de cenar, mi padre cogía la zambomba, nosotros las panderetas, y cantábamos villancicos hasta la madrugada.
Todo va cambiando con los años,y supuestamente a mejor, pero cuando yo veo a mis nietos que están deseando terminar de cenar para jugar con las maquinitas y no hay manera de que canten un villancico, no puedo por menos que recordar mi niñez y pensar que yo era muy feliz sin tantas cosas como tienem los niños de hoy en dia; que de tanto como tienen no le dan valor a nada.
Y aprovecho para felicitar desde aquí las Navidades a todo el que me lea y que el próximo año venga con menos sobresaltos que este que está punto de terminar.